Tercera parte del testimonio de una madre superviviente de suicidio
Señales
Tal vez por lo que me siento más culpable es por no haber sabido pequeñas cosas que conocían sus amigos, aunque no todo porque tampoco se sinceraba con ellos, por respetar su intimidad en vez de haber leído lo que escribía en sus libretas, por no darme cuenta de que sus problemas de sueño eran una mala señal.
Todo eso, que separado no es nada, unido igual nos hubiera dado alguna pista. Llegamos a ir al hospital, donde hablé con varios psiquiatras. Todos aseguraron que era un joven perfectamente normal para su edad y sin ninguna idea autolítica (palabra que oímos entonces por primera vez). No llegó a vivir ni tres meses más porque se quitó la vida. Los últimos meses fueron de falsa tranquilidad, todos hubiéramos pensado que realmente yo era una «neurótica»… hasta ese día. ¡Cómo pudo burlar a jóvenes y mayores, a expertos y a inexpertos!
Pedazos de mí
Y ya solo recuerdo ese día y el siguiente. Mi pelea descontrolada para que le pusieran la ropa que yo había llevado. Su ropa, con la que era él. Hacía mucho calor y le llevé sus bermudas vaqueras y su camiseta nueva, aún no la había llegado a estrenar, sus zapatillas y su peluchito. Un osito que aún usaba su hermana como rehén cuando reñían en broma y que pasó el año que ella estuvo de Erasmus olvidado y encalado en un armario tras su última discusión. No podía dejarlo partir solo, sin ser él, sin sus cosas. Es lo último y único que podía hacer. El tanatorio y el acto del entierro se llenaron de jóvenes, centenares de chicos y chicas con los que se había relacionado a lo largo de su corta vida. Lloraban, dejaban cosas sobre su ataúd, se cogían a él.
Hablamos, dijimos todo aquello que no se pudo hablar ni decir en la misa funeral. Un silencio cortado por ciertas palabras de un cura no preparado para esta situación ni estas edades, y unas palabras que nos hacían mucho daño. Y ahí, en ese cementerio se quedaron trozos de mi alma rota, por eso ahora es imposible recomponerla, porque me faltan pedazos.
Cáncer y salvavidas
En esos dos días perdí diez kilos y apareció una especie de quiste redondo encima de un pecho ¿Sería por el esfuerzo de reanimarlo? Pero no, era un tumor maligno que en pocos días se llevó por delante también mis ganglios. En un mes ya estaba operada y preparada para empezar la quimioterapia. Ahora pienso si mi cáncer nos salvó la vida a todos.
El tener que enfrentarnos a otra batalla, sobre todo enfrentarme yo. Ahí fui totalmente empastillada para intentar vivir, para aceptar los tratamientos, para seguir caminando. El cáncer fue como una anécdota en mi vida, algo con lo que tal vez mi hijo intentó salvarme al ver cómo las cosas se le habían ido de las manos. O tal vez una película que yo me he montado para sobrevivir sin morir físicamente. Luché y lucho, pero han pasado ya casi tres años y mi corazón sigue roto. Sigo esperando verlo. No hubo despedida, no hubo nota, no hubo razón, así que mi mente se niega a verlo partir.
Entre revisiones, operaciones y médicos, sigo con mi teatro. Cada vez es más difícil porque cada vez se espera de mí una mejor cara, y los problemas ocasionados por la COVID hacen que la gente se asuste, piense en lo suyo, se olvide totalmente de lo que estoy pasando y busque solo mi anterior sonrisa.
Supervivientes
¿Y quién nos va a ayudar a mi hija, a su padre y a mí? ¿Quién ayuda a una familia que no puede decir que tenía una hija y un hijo y que el pequeño murió por suicidio… sin motivo? Porque no era feliz, no por nuestra culpa, no porque le hiciéramos nada malo, sino por la sociedad, porque ella no fue capaz de conseguir introducirlo en su sistema. No tenía una enfermedad mental y no quería morir, solo quería dejar de sufrir.
Pienso que no, que no voy a ser feliz. Llegaré a reír, tal vez en algún momento deje de sentirme culpable, tal vez tenga momentos muy especiales, pero cuando algo está tan roto y te faltan tantos trozos es muy difícil recomponerlo.
Y necesito luchar, necesito que se oiga mi voz, porque mi voz es la suya, me la dio el 19 de octubre del 2017 cuando nuestros labios se unieron para que mi aire entrara en su cuerpo.
B.S.O. descansa, duerme tranquilo, yo me ocupo.