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Mi voz es la suya

Primera parte del testimonio de una madre superviviente de suicidio

Para ti  y por ti, mi estrella y mi luna, B.S.O.  Querría ser tu voz.

Mi vida se rompió el 19 de octubre del 2017 a las 18:30 h. Una tarde normal de un jueves cualquiera.

Sonó el teléfono, como miles de veces en una centralita de un centro médico, pero lo que oí ese día, jamás, ni en la peor pesadilla lo habría imaginado. Yo no lloraba, no podía, casi no respiraba y me mareaba. Solo sé que me mareaba. Todo se volvía oscuro, estaba dentro de un tornado negro que hacia girar mi cabeza; mis piernas ya no me sostenían, se habían desconectado de mi cuerpo. Por favor, decidme que es mentira y que aún puedo despertar.

Mi marido me decía por teléfono que nuestro hijo estaba muerto, que se había matado y que aún no había llamado al 112. Creo que chillaba que yo lo hiciera; pero chillaba bajito, la voz no le salía de la garganta, salía de un estómago anudado, vacío. Era imposible, tres manzanas de esperanza, eso es lo único que me quedó, tan solo tres manzanas. Ahí estaba tumbado, caliente, como descansando, con diecisiete años y 1,80 de altura. Es como si la vida no hubiese salido de su cuerpo y a la vez iba consumiendo la mía, las dos salieron juntas de nuestros cuerpos y volaron como un humo de colores.

La última vez que le veo

Ahora siento que tenía que haberlo abrazado, decirle lo mucho que lo quería, lo mucho que siempre lo había querido. Sin embargo, solo le insuflaba aire y llamaba al 112; necesitaba que corrieran más, había pasado demasiado tiempo desde la primera llamada. Tenía “ese pensamiento” en mi cabeza, que no quería que se fuera y que, por favor, viviera. Si mi hijo no iba a despertar, si iba a ser solo un corazón latiendo, prefería que partiera, que siguiera su camino, aunque me desgarrara mi propio corazón al hacerlo. Fueron los peores momentos que un cuerpo humano puede soportar. 

A partir de aquí todo se mezcla en mi cabeza. La casa se llena de gente: de sanitarios, de uniformes, de trajes… y nos hacen ir al comedor. Me obligan a dejarlo, me giro y esa es la última vez que lo veo.

¿Y mi hija?

¿Qué iba a pensar mi niña, mi fuerte tesoro? Ella, con veinticuatro años, y él con solo diecisiete. Se adoraban, él miraba por los ojos de ella: quería ser y pensar como ella. Lo pienso y se dibuja en mí una pequeña sonrisa; él era muy inteligente y, a veces, tenía tantos argumentos que con cierta sorna se burlaba de ella, y eso les daba igual.

Ella también lo conocía bien, era su hermano pequeño, y además de ser lista, cuenta con una gran inteligencia emocional, una gran fuerza y alta autoestima. Son sus características innatas. Ella le dio a su hermano su trabajo final de carrera para que se lo revisara, y a mí me gustaba ese cariño. Estaba tan orgullosa que, aunque me excluyeran o me tiraran de la  habitación, ponía cara de enfadada y en el fondo era feliz. 

Más puñaladas

Recuerdo claramente la puñalada del médico que certificó la muerte de nuestro hijo. Sin una sola mirada hacia nosotros, apartó los libros y libretas de nuestro hijo de la mesa del comedor, y medio volviéndose, nos dijo: «como sabrán, él ya no está aquí». Y se puso a escribir, dándonos la espalda.

No me dejaron bajar al patio a esperar a mi hija, ni recibirla; no me dejaron despedirme de mi hijo, ni abrazarlo, ni decirle que partiera en paz. La suma de todo esto acabó de romper mi corazón, y ya no sé si se puede recomponer; siento que le faltan piezas. 

Me preguntaron si tenía un ordenador o una tablet. No, solo tenía el móvil, pero no se lo llevaron. El último WhatsApp era una felicitación a su tío por su cumpleaños. Antes le escribió a su novia y a su mejor amigo para que adelantaran con la serie que estaban viendo y pudieran comentarla. El trabajo de filosofía que tenía que presentar para ese trimestre había quedado en la mesa, junto a él el papel del bollito que se acababa de comer para merendar. ¿En qué momento su cabeza hizo clic?, y sin embargo, ¿cómo estaba tan calculado?

Yo solo era capaz de decir que su parto había sido difícil y que lo salvaran a él, que su hermana estaba en un cumple y que esperaba a su hermanito. Un hermano del que se ocupó como una madre y amiga al que llevaba al colegio y con sus amigas. Ella era su contacto si alguna vez bebía o hacían alguna trastada de adolescentes y había que ir a buscarlo. 

¿Qué fue él?, ¿un préstamo por una temporada? ¿Un golpe de realidad o un aprendizaje para sus colegas y amigos? ¿Qué va a ser si no consigo darle voz?

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